viernes, enero 13, 2006

EL CIRCULO

En Chile desde principios de los 90 que se viene hablando en cuanto reportaje de la tele, sobre las minorías o “tribus uebanas” que habitan ésta porquería de capital. Tanto en “Informe Especial” como “Aquí En Vivo” y “contacto” nos enteramos de la montonera de grupos de jóvenes que deambula por Santiago buscando su identidad y su lugar con gente que tenga las mimas preocupaciones o gustos.
Los metaleros.
Tribu clandestina en toda la década los 80, a comienzos de los noventas comenzaron a salir de sus rincones para disfrutar de la democracia; de ésta manera fue frecuente encontrárselos en las plazas tomando (cosa rara), en las esquinas conversando y asistiendo apiñados a recitales tanto de bandas nacionales como internacionales que comenzaron a venir al país.
Es muy divertido vivir desde adentro esa “contracultura” como le gusta llamarla a los sociólogos, y ser parte de un grupo de gente con ideas afines, pero lo triste comienza a aflorar a medida que las personas crecen y la sociedad se los va comiendo. A principios de los 90 era muy bien valorado el amor y entrega que los miembros del metal ponían para sacar adelante sus proyectos, sobretodo tocakas precarias, revistas dedicadas al género y mantener una escena digna de un país que se habría a la libertad y al mundo.
Crecer en los 90 dentro de esa grupo era un nido seguro para los que fuimos dejados atrás por el resto; creíamos que ahí no nos humillarían ni tratarían mal por tener el pelo largo y vestir de negro. Creímos encontrar un lugar seguro donde poder refugiarnos de todo lo “malo” que era el resto; se había formado una familia, todos se conocían y si no, tarde o temprano lo harían. Intercambiar casetes con música sacada de lugares que solo estaban en la imaginación de muchos y que tenía categoría de mito, era común y la cultura que eso generaba era notable, las personas podían demostrar cero interés en saber quienes eran sus autoridades, pero las alineaciones de las bandas europeas eran casi un requisito sabérselas de memoria para mostrar “cultura”. Toda ésa época fértil duró lo que tuvo que durar y luego cayó en el olvido. Puede que hoy sigan trabajando, aunque de manera menor, como me tocó ver un bar de la gran Avenida, pero se nota que no es lo mismo; la mística o magia que repletaba los antros en los noventas murió y hoy; por mucho que uno haya abrazado un estilo, es medio triste ver como la calidad de todo ha bajado. Es como ver a unos verdaderos jornaleros del rock trabajando por migajas. Si bien el rock es pasión, sudor y sangre, siempre deja el corazón lleno de una satisfacción impagable que la plata no alcanza a cubrir, pero hoy tras recorrer bares roqueros, ver tocatas de mala muerte queda en evidencia que todo tiempo pasado fue mejor. No hace falta ser un entendido en música para saber que el rock, si bien no está muerto como su hermano menor- el Pop- clama cada cierto tiempo; hace rato que es un enfermo terminal que de vez en cuando agarra un segundo aire. Vivir de viejas glorias es triste, casi decadente y la escena local ha decaído, puede que se culpe a la Internet de nuevamente mandar a sus rincones a los parroquianos y desde ahí intercambiar el equivalente al casete de los 80, hoy (mp3) pero, no es todo. La camaradería ha cambiado, el trato si bien sigue siendo cordial, se perdió el toque de “familia” que tuvo, es como si los padres hubieran muerto y los hijos solo se ven para los aniversarios de los funerales en el cementerio.
Si el rock no ha muerto, el medio sí lo hizo y los que hoy siguen viviendo imbuidos en la escena metal, dark, doom, death, o como quiera que se le llame, no tienen la culpa de hacerlo mal. El rock los necesita así para probarse así mismo que necesita una recambio, que no llegará hasta que pase otra generación; la generación actual debe madurar, encontrar un pega estable, dejar de tomar Escudo y pasarse a la Cristal y mirar con nostalgia estos tiempos, para que la siguiente generación vea que tan mal estaban y pueda ingeniar una manera de reinventar un genero que ahora ha caído en la caricatura que siempre evitamos que fuera, pero que hoy no se puede negar, como que da risa ver y escucharlo y a la vez da pena.
Todos los temores de una generación se volvieron realidad y lo que juramos proteger se ha vuelto en contra nuestra, es por eso que varios hemos tomado distancia de la escena, no por vergüenza o renegación, sino porque no nos dimos cuenta cual fue el momento en que nos lo quitaron y nos dejaron sin nada y al tener una habitación vacía y en blanco nos pudimos dar cuenta de lo bien que estábamos y de lo mal que les quedó a los reemplazantes. Nos da pena ver a nuestros sucesores manchando un género que era digno y hoy no es más que una excusa para que unos se apareen con otros, se agredan entre ellos mismos, y se sienten a lamentarse por un pasado que no les pertenece y a disfrutar bandas que son como una bofetada en la cara al estilo que los vio nacer.
La escena ha muerto …….hagan lo que quieran con ella.
Amén.

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